lunes, 9 de julio de 2012

Es una noche de verano. Tu duermes tranquila con la ventana abierta; yo trabajo, sentando
en el balcón. De vez en cuando me hago un descanso, paso al dormitorio y te observo sin
decir nada. Puede que bese tu pie. Puede que me tome un vaso de limonada que me habías
preparado. Luego, al terminar el trabajo, el sol ya presente en el horizonte, me acuesto a tu
lado y me duermo, abrazando los hombros, la panza y la cadera más queridos de este mundo.
Dentro de un par de horas me despertaré al ritmo del tostador del pan en que preparas nuestros
desayunos, me despertaré amándote aun más que el día anterior.

Es una tarde de invierno. Giran tus llaves en la puerta del piso y entras, nieve en el cabello,
los cachetes igual de rosados que tu abriguito color frambuesa, entras y corres a abrazarme,
entonces aterrizo mis labios en tus pómulos fríos pero suaves, como si fueran almohadones
de musgo que se encuentran del lado septentrional de los robles de Białowieża. Te lanzas a
contarme tu día y mientras lo haces, antes de que te libres de la cáscara del mundo exterior,
yo ya te sirvo una taza de té con el jarabe de frambuesas que rima con tu abrigo, ya te paso tus
pantuflas de lana. Aunque hayas salido tan solo para dos horas, tengo la impresión de haberte
recuperado después de una eternidad solitaria. El dormitorio nos da un guiño libidinoso.

Son las X y treinta del día Y de no sé qué temporada. No sé y no me importa. Estás cerca de
mí, me alcanza el brillo de tus ojos, siento el calor de tu sonrisa, saboreo el olor de tu cabello.

Te amo, Raquel.

Te amo, malutka.

Te amo, madre de mi hija.

                                                              Jurek Wołk-Łaniewski.



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